sábado, 6 de diciembre de 2008

subiendo


de pronto tuve una extraña sensación, me vi en un auto, uno viejo, un ford o un renault tal vez, con asientos de cuero, sin cinturón de seguridad, con el pelo flotando y mis ojos negros rompiendo el retrovisor. iba a toda velocidad pasando a través de la luz y el polvo por una carretera del norte, o quizás una ruta peruana, y los autos opacos y oxidados se iban quedando atrás porque el mío era más veloz, más potente y patón. Yo los veía pasar con gusto y riendo por dentro. del otro lado de la carretera caliente venían más autos, como truenos salvajes y perdidos, o algo así. las ventanas estaban abiertas y el aire entraba tibio, fogoso, y golpeaba mi cara. la música salía quemante y abofeteaba mis brazos y mi pie le daba con más fuerza al acelerador. Todo era como un torbellino de adrenalina, pasión y sonidos en remolino. ahí vino lo extraño, sentí ganas de soltar el volante, poner mis manos en mi nuca, recostarme y abrir los ojos sonriente, con placer, y dejar que el auto siguiese solo, desbocado, para ver si avanzaba o si chocaba contra uno de los truenos, contra un poste perdido y solitario, si iba a dar a las rocas saladas o lo que fuese, todo con tal de hacerme trizas y sentir el impacto brutal y, quién sabe, final. por suerte no tengo auto, no sé manejar y nunca he ido al norte, menos al Perú. eso fue lo extraño, la sensación de vértigo lejano. le subí el volumen a la radio y seguí conduciendo.

No hay comentarios: