No contento con haber destrozado su apacible vida amorosa, seducirla hasta la infidelidad, haberla separado del que iba a ser su marido, desarmar los planes de un futuro próximo y prometedor, alejarla de sus amistades, romper los lazos familiares, aniquilar confianza y esperanza, hacerla mía de la forma más miserable y ruin, robarle la juventud amante y arrastrarla hasta tierras indómitas, lejanas y extrañas, le rompí el corazón y me lavé las manos, di media vuelta y la abandoné a su suerte.
Ahora que no está, que se ha ido con las manos vacías y la vida hecha trizas, sólo ahora que lo veo todo aquí, sentado en una vereda y con una botella en la mano, me doy cuenta de que fui un pedazo de mierda, deslamado y vil. Quisiera pedirle perdón, arrodillarme frente a ella y decirle que lo siento, que fui un idiota y que no tenga clemencia con mi recuerdo. Me arrepiento del mal que le causé y me corto la cara con los vidrios rotos y verdosos de ésta botella, y aún así, no tengo perdón ni hay misericordia para mí.
Perdón, muchacha de las praderas. Lo siento mucho. Soy una mierda de hombre.
(agosto 2006)