martes, 27 de mayo de 2008

el lamento de un mierda




No contento con haber destrozado su apacible vida amorosa, seducirla hasta la infidelidad, haberla separado del que iba a ser su marido, desarmar los planes de un futuro próximo y prometedor, alejarla de sus amistades, romper los lazos familiares, aniquilar confianza y esperanza, hacerla mía de la forma más miserable y ruin, robarle la juventud amante y arrastrarla hasta tierras indómitas, lejanas y extrañas, le rompí el corazón y me lavé las manos, di media vuelta y la abandoné a su suerte.


Ahora que no está, que se ha ido con las manos vacías y la vida hecha trizas, sólo ahora que lo veo todo aquí, sentado en una vereda y con una botella en la mano, me doy cuenta de que fui un pedazo de mierda, deslamado y vil. Quisiera pedirle perdón, arrodillarme frente a ella y decirle que lo siento, que fui un idiota y que no tenga clemencia con mi recuerdo. Me arrepiento del mal que le causé y me corto la cara con los vidrios rotos y verdosos de ésta botella, y aún así, no tengo perdón ni hay misericordia para mí.


Perdón, muchacha de las praderas. Lo siento mucho. Soy una mierda de hombre.


(agosto 2006)

martes, 20 de mayo de 2008

sólo una foto borrosa



No hay recuerdos suficientes como para pensar en ti. Trato y trato, y sólo tengo algunos momentos chapados con imágenes pasajeras. A pesar de lo austero de lo que guardo, puedo tenerte conmigo cada día, cada vez que puedo. La brisa de la playa, la arena fría de la tarde, el agua tibia del mar y el cielo azul a punto de morir. Fue sólo un día, un atardecer, y el principio de una noche. Fue suficiente para retener conmigo los ratos que pasamos, los lugares que vimos, las cosas que dijimos. Reímos mucho, de seguro. Inclusive, te recuerdo llorando un poco, pero eso trato de omitirlo.


Los colores de tu ropa se repiten en todas partes. Te dije que eran muy básicos y típicos. Te reíste, te sonrojaste y creo que te molestaste un poco por mi comentario, pero lo guardaste para ti. Hoy agradezco tu elección minimalista, porque cada cosa contiene esos colores, los refleja y me los regala para seguir alimentando mis limitados recuerdos.


Miles de cosas de lo simple y cotidiano me llevan siempre al mismo día, distintos instantes del mismo día: barcos; un café con leche; sandalias y vestidos de turista; punks vestidos con ropas de marca; parejas tomando el sol; viejos comiendo carne apanada en medio de la noche. En fin, miles de visiones y vueltas a ése día.


Los trenes me dan pena, me llenan de un peso irremediable y doloroso. Ver partir un tren me aniquila, me mata la dicha. Me hace pensar en que tendría que haberte retenido un rato más, un par de trenes más, hasta el último tren de la noche. Tendría que haberte abrazado con más fuerza, con mucha más fuerza. Debería haberme atrevido a besarte el cuello con más firmeza y presionar tus labios con el poder de mi presión tímida para tenerte conmigo y no dejarte partir, y cambiar tus planes, romper tu esquema y hacerte perder el dinero de los pasajes de avión y las reservas de hoteles en todas las ciudades que luego visitaste, así podría tener más recuerdos y más sabor a piel, y podría recordar el sabor de tu saliva loca y el ritmo de tu lengua.
A veces creo que hasta podría recordar tu cara al despertar, con el pelo suelto y sin maquillaje, dormilona y trasnochada.
Igual, nunca lo sabré. Sólo tengo un puñado de recuerdos que no puedo dejar partir.

jueves, 15 de mayo de 2008

El plan B



Al plan B hay que tenerlo amarrado, siempre volando cerca, ilusionado de felicidad. Nunca hay que dejar que se aleje mucho, ni tenerlo demasiado cerca. Hay que saciar su sed a medias. Siempre tiene que estar ahí, dispuesto a abrir sus brazos sin saberlo. Hay que atormentarlo. Si no te busca, tú debes buscarlo hasta hipnotizarlo y hacer que vuelva a buscarte. Nunca hay que enfriar su cabeza; que su ilusión sea infinita, que no te falle, que esté siempre esperando tu respuesta, tu jugada maestra, que tú digas “sí”, para que caiga rendido en una cama de rosas muertas, y te reciba cuando el plan A te ha rechazado. Debes mantener el pilolín firme. Que piense que piensas en él. No lo llames por teléfono. Provócalo para que marque tu número y, sobre todo, que lo confiese; que te diga que su amor ha nacido y que es eterno y para ti, sólo para ti. Asegura ese rinconcito bueno que siempre te va a acoger mientras tú juegas para el plan A, todo para él. Y si te olvidas de l plan B no está mal, pero recuerda, de vez en cuando darle unas migajas para que corra como un perro andaluz tras de ti y te siga en su cabeza, y que piense en ti, y que te escriba poemas, y que te los entregue, y te los lea. Que te diga todo sin decir nada, y que haga todo eso que te gustaría que el plan A hiciese por ti. Pero como te dije, no dejes que el plan B se aleje de su estado hipnótico de infatuación, no vaya a ser que el plan A no resulte, que no juegue sus cartas para ti y te quedes sin pan ni pedazo. Recuerda que siempre está la segunda opción, el plan B. él siempre va a estar esperando por ti; siempre y cuando tú lo mantengas bajo tu magia, ilusionado y tonto. Pero por sobre todas las cosas, el plan B nunca debe saber que es el plan B, la segunda opción.



(agosto 2002)

domingo, 4 de mayo de 2008

99


Frenético y encantado corría sobre las colinas bañadas de dragones enfiestados de mortandad, todos aletargados y ebrios de sombra cortando todo paso de la lujuria; y sin embargo, sus pies no temían tocar las escamas cauterizadas por el tiempo.
Todo sol que osara atormentarlo fallaba en su intento, ya que sus ojos, de un blanco atemorizante, no dejaban que penetrase el flujo burlón de su quemadura. No podía detener su carrera. La bruma mañanera y el aroma a quisco, romeral y eucaliptos llegaban sin retraso a sus sentidos, era entonces cuando detenía su huella para sentir aquel perfume sentado sobre su espalda. Aclimatado al bosque lejano veía pasar las horas hasta que su impulso lo ponía de pie en busca de aquel cactus que un día soñó beber. Otra vez a recomenzar su ruta impecable y tenaz por sobre el roquerío y las llamas encrespadas sobre la piedra.
Fue así como el día de la humedad lunar acercó su brío a los hombros de aquel hambre insatisfecho del rocío. Todo enfado que existiese lo sentía en ése instante; toda ira adormecida despertaba y se expresaba en su mirada. Sus pasos fueron cada vez más hondos y fuertes. Cada segundo muerto incrementaba su enfado, la visión crepuscular del púrpura nuboso por el salmón suave no dejaban tentativa segura al incierto frío diario, menos intentaba aquietar ese ardor en su cráneo. Cualquier intento de de paz y mitigación era inútil, pues su pasión era irrefutable. Nada cortaba su paso, menos con el ánimo que traía consigo.
La búsqueda parecía infructuosa, pero no tenía descanso. Sol tras sol, planeta tras planeta, cueva tras cueva; en oscuridad húmeda o calor árido y espejionario, no tenía fin. Su hiel le exigía encontrar el néctar del cactus ansiado. El sudor y la saturación de su cansancio resecaban su piel y empolvaban su garganta con arena; su mirada fija y perturbadora no quería perderse en una piedra sin destino, y así lanzó un acongojado esfuerzo cercano al final, y aplastando la fatiga con la palma herida de su mano encontrando lo buscado, su deseo acuoso, su fetiche somnoliento, el cactus del letargo. Ya casi alienado y ensimismado hizo caso remiso a las espinas traicioneras y tomó el cáliz entre sus manos, lo acarició incansablemente, dócilmente, con la ternura que es exhortada por el deseo guarnecido en la piel y la carne. Toda incomodidad quedaba atrás a medida que las caricias y la admiración por el cactus aumentaban. Aquella copa parecía más cercana y suya, más que nunca, y en el momento preciso, en el instante exacto, cuando la vía cercana, el rodeo espacial de los astros, el ardor vehemente y el embelesamiento espiritual se confundieron en uno mismo y coincidieron en un segundo, bebió de su jugo, el agua apetecida, el bálsamo de piel. La humedad en su boca se paseaba por sus labios. Su baba satisfecha y su saliva enfervorizaba caían lentamente sobre los bordes del cuerpo espinado embetunando su piel. Llegado el momento exacto donde sus manos apretaban con fuerza extasiada todo el cuerpo del cactus y éste a su vez destelló placer de entrega. Fue entonces que la sed quedó apagada, extinta y mitigada. Su alma saciada de la leche exquisita de sabor a clímax. No obstante, esa misma calma y satisfacción hicieron nacer en su interior el deseo de recorrer nuevamente las llanuras vigiladas por los dragones en busca del jugo que sólo tal cactus podría entregarle, su objeto del deseo y paz, para saciar su sed, la sed eterna y real.