miércoles, 23 de abril de 2008

k.o.




Lo mejor es vivir sin esperanzas. Cada vez que pongo mis ojos sobre una persona pongo también mis esperanzas y expectativas en ella (estoy hablando de féminas hermosas, atractivas e interesantes). ¿Cómo se puede identificar la bondad en una sonrisa sin recurrir a las expectativas de una vida más feliz en los labios de una desconocida? ¿Cómo se hace? ¿Cómo evitar elevarse en nuevas rutas sin sentido mientras las fotos mentales siguen lanzando imágenes sin razón aparente? Miles de segundos malgastados en fantasías llenas de visiones vagas que al final terminan por enterrar mis ganas mientras cada escena feliz en mi cabeza se pulveriza mientras caigo hecho agua.
Hoy fueron dos veces, dos llamados de atención, dos intentos por despertarme, dos golpes bajos. Un-dos-tres, derechazo directo a las costillas con una simple historia que no requería de mayores interpretaciones “...y luego me junté con mi novio y fuimos a…”. Listo, hasta ahí no más llegamos, hasta ahí no más la historia creada por mí para los dos. Lo único que se puede hacer es quedarse ahí tirado, aguantando la respiración mientras el árbitro cuenta uno, dos, tres, cuatro… al llegar a cinco uno se levanta, se seca el sudor, le dice “sí, sí puedo seguir” al árbitro y mira al profe pidiendo agua con el gesto del cuello, como él lo enseñó. ‘La campana por favor’ suena en el oído interno. ¡Ring! Salvado. Una pausa. Volver a la esquina, sentarse cansado y adolorido. Agua, please. Algodón sobre la ceja. Mirar al oponente, sus labios siguen moviéndose, pero la sangre en los oídos no deja oír, no quiero escuchar de todos modos. ¿Qué hicieron qué, sobre qué? No importa. Risas como si fuese gracioso. Denme el protector de dientes; ajústame el guante derecho, es mi mano fuerte, mi mejor golpe. Suena la campana, de vuelta al ring. Con el llamado a la batalla vuelve el sentido. Pelea por seguir. Ok, tengo que volver a lo mío. Nos vemos después. De nada. No, no te preocupes, la próxima vez invitas tú. Chau. Hasta la vista baby, como dijo el Che de la nueva era. Saltitos, un-dos-tres, un-dos-tres. Fuerza campeón, aún queda por pelear, la gente te ama. Una mirada y el pulgar del profe arriba. Respirar hondo, morder el protector y adelante!
No se puede hablar de desilusión, ya que nadie elabora las ilusiones más que uno mismo. Tampoco de decepción, porque nadie prometió nada. Idiotez diría yo, idiotez de ser tan apresurado y ponerle el vestido de mujer ideal a la primera sonrisa que se cruza en mi camino. ¿Qué será? ¿Las ganas de romper con la racha? ¿Las ganas de retomar un camino que cambié años atrás? ¿Las ganas de recuperar el tiempo perdido? ¿De qué tengo ganas, de amor, de cariño, de comprensión, de carne versus carne? Qué, ¿qué es? Mejor no preguntar. Mejor sería responder de una vez por todas. ¿Dónde detenerse? ¿Dónde empezar? Mejor vamos por el siguiente round. La pelea sigue y hay posibilidades de ganar. Pelo húmedo; baile mareador; en guardia; puño derecho siempre dispuesto. Alguien grita mi nombre en la galería. Fanáticos, a veces se vuelven tus amigos (peor, tus amigos se transforman en tus fanáticos a la hora de vitorearte). Una sonrisa me acompaña, pero es difícil juntar los dientes con el protector en la boca dispuesto a cumplir su función. De pronto, acercándose, veo el puño oponente. Veo cómo el brazo izquierdo prepara el golpe. Lo veo, lo veo. Está lejos, se puede esquivar, pero lo enfrento con los ojos abiertos, nada de hacerle el quite. Ahí viene. Dientes apretados, mentón dispuesto, brazos en pose. Powhwhwhwhwh!!! Estrellitas, truenos y relámpagos. Golpe preciso a la cara. Hola, qué haces? Nada, sólo camino. Oh, qué bien. Te presento a Thomas, mi novio. Hola Thomas, gusto conocerte. La sal del sudor se mezcla con el dolor quemante del corte en medio del pómulo izquierdo. Arde, duele, quema y mata, todo en secuencia. Oh, sí, no tengo nada que hacer. Bien, así puedes conocer a mis amigos. Ok, te llamo entonces. Claro, claro. A las diez. Bueno, estaré esperando tu llamado. Ok, nos vemos. Chau. Chao Thomas, gusto conocerte. Derecho al suelo y sin escalas de por medio. Todo se va a negro. Todo se junta y termina por pisar mi cabeza. ¿Esperanzas? ¿Expectativas? ¡Toma iluso! Golpe doble y aniquilador. Uno, dos, tres, se escucha clarito. Del cuatro hacia delante nada es recordable. Luz blanca; golpes suaves que intentan revivirme; el couch con cara de perro mojado y los paramédicos haciendo lo suyo. Gritos y pifias. Pelea perdida por knock out. Dos veces en un día. ¿No será mucho? Vamos, a las duchas. No es tan profundo el corte, sanará pronto. Ya no vas por el título, pero un fin de temporada digno no es malo. Salgamos a caminar, la ciudad está linda, el aire fresco te hará bien, la gente se ve contenta y el happy hour espera por ti. Bueno, qué importa que no tengas amigos, todo podría ser peor, no? Vamos al bar, hay música en vivo, jazz session. La mesera está linda. Una cerveza por favor. La más seca y potente. Otro viernes post-derrota. Uy, está heladita. Sentarse cerca de los músicos. Veamos como la mesera se prueba su delantal frente al espejo. Hey, te está mirando. Sí, te mira pero no te ve. Eres un cliente más, nada más, un cliente que toma cerveza solo en un rincón un viernes por la tarde en medio de la primavera mientras el resto del local está repleto de parejas y grupos de comensales que ríen y hablan.
Dos lecciones para no olvidar jamás: 1) saca la ilusión de tu cabeza, y 2) nunca más pidas papas fritas con ají y crema agridulce. Pican y duelen, sobre todo cuando tienes los dientes rotos.










(Hoy nos copiamos de: Morrisey, milion dollar baby, cinderella man y Martín Vargas)

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